miércoles, 1 de diciembre de 2010

Pedro Goyena y la prensa católica de su época.

Por Jorge Eduardo Padula Perkins

“Perdonémosle los libros que no escribió para el futuro, porque de escribirlos hubiese conversado menos con sus contemporáneos. Para él no existía interlocutor mediocre; todo joven era una imagen del poeta Virgilio; caían a manos llenas sobre su mente los lirios de su palabra…”, ha expresado Ángel de Estrada (h) al referirse a Pedro Goyena.

La oratoria y la prosa escrita de Goyena, han sido ricas con tanta claridad como han marchado, como alguna vez aseverara el diario “El Nacional” de Buenos Aires, indubitablemente orientadas por su fe.

Integrante activo de la trascendente “Generación del ‘80”, estaba, dentro del abanico ideológico que la caracterizaba, claramente enrolado en el subgrupo de la militancia católica que exacerbaría su elocuencia en la resistencia al liberalismo en general y en particular en temas clave como las leyes de matrimonio civil y educación laica que se percibían como amenazas a la hegemonía del catolicismo en la sociedad argentina de entonces.

Groussac lo describe como de “una fisonomía simpática, risueña a la par que pensativa: ojos pequeños, vivísimos, que vibraban por entre la orla negra de las pobladas pestañas una mirada penetrante; boca abultada de orador elocuente o decidor festivo; barba de misionero joven que afinaba un tanto el pálido perfil” y lo caracteriza por su “cordialidad expansiva, su alegre franqueza y su inalterable buen humor, su rápida asimilación intelectual y ese coger al vuelo el pensamiento ajeno a medio elaborar, con una presteza casi adivinatoria”.

Algunas fuentes ubican a Pedro Goyena colaborando con el diario “La Prensa” y el periódico “El parlamento”. Todas coinciden en aseverar su participación en “Nación Argentina” y “El Nacional”.

Pero sin duda alguna, la labor encarada en la “Revista Argentina” y el periódico “La Unión” se ha correspondido con el período más prolífico de su actividad en los medios.

Hijo de Pedro Regalado Goyena y Emilia del Río Pedriel, este hombre que se constituiría en una pluma al servicio de la causa católica, nacía el 24 de julio de 1843 en Buenos Aires. Cursó los estudios primarios en la escuela particular de Juan Andrés de la Peña e hizo los de nivel secundario en el Departamento Preparatorio de la ciudad.

Estudiante de leyes, no había terminado aun su carrera cuando, en mérito a su capacidad, fue designado profesor de filosofía en el Colegio Nacional de Buenos Aires. A partir de esa incursión en la docencia, sería más tarde profesor de Derecho Romano de la Universidad de Buenos Aires.

La política.

En su actividad política fue diputado provincial en dos ocasiones (1865-1867, 1870-1872), miembro de la Convención Constituyente de 1870, senador (1877-1878) y diputado nacional en tres períodos (1873-1874, 1880-1884, 1886-1890). También tuvo los cargos de director del Banco de la Provincia de Buenos Aires y Defensor de Pobres.

En 1884 fue uno de los fundadores de la Unión Católica, partido político surgido de un congreso que el catolicismo realizara en Buenos Aires en agosto y septiembre de aquel año, en el que participara también José Manuel Estrada. La Democracia Cristiana incluye en su historia a esta agrupación y a sus integrantes.

Singularmente, Pedro Goyena es también un referente fundacional de otro partido, la Unión Cívica de la Juventud, originada en un mitin del 13 de abril de 1890 que albergó a líderes de distintas tendencias opuestas al régimen de Miguel Juárez Celman, tales como Goyena y José Manuel Estrada, Barroetaveña, Del Valle, Bernardo de Irigoyen, Juan B. Justo, Lisandro de la Torre y el para entonces ex presidente de la República Bartolomé Mitre. La Unión Cívica Radical, también cuenta por lo tanto, en su raíz histórica, con la figura de Pedro Goyena.

Periodismo y letras.

Volviendo a la fecunda pluma de Goyena es dable destacar que no se limitó a la argumentación política, sino que lo mostró como hábil crítico literario, ensayista y biógrafo. Al respecto uno de sus trabajos más conocidos es el “Estudio sobre Félix Frías”.

“Nuestros hombres de letras han tenido y tienen más admiradores que lectores; y mientras el público en vez de estudiar las obras de los autores nacionales, se limite a recordarles con cierta estimación no propenderá entre nosotros la literatura”, ha afirmado en un texto que, si bien versa sobre José Manuel Estrada, se proyecta, como puede apreciarse claramente, sobre la totalidad del entorno sociocultural.

“Algo más que un respeto poco concienzudo buscan los que se dedican a la carrera literaria. Necesitan vivir, y por lo mismo encontrar en la producción intelectual lo que llaman los economistas un beneficio”, asevera con contundencia en la misma ocasión, a propósito de que los escritores contemporáneos, dice “no hallan honra ni provecho; porque no es honra uno que otro elogio de la prensa, desacreditado a causa de la prodigalidad con que se le concede; y en cuanto a provecho, basta decir que el general Mitre tuvo que vender su libro sobre Belgrano, por la cantidad de quince mil pesos, honorario frecuente de cualquier abogado en un asunto común”.

“El Nacional”, fundado el primero de mayo de l852 bajo la dirección de Dalmacio Vélez Sarsfield, fue una de las publicaciones que difundió sus escritos. Era un periódico de gran tamaño en cuyos talleres trabajaron hombres que luego dejarían huella en la historia de la prensa, tales como Eudoro Carrasco y Ovidio Lagos, quienes más tarde fundarían el diario “La Capital” de Rosario.

El 15 de septiembre de 1862 apareció por primera vez el diario “Nación Argentina” popularmente conocido como “La Nación Argentina”, cuyo redactor en jefe era José María Gutiérrez, quien se había desempeñado como secretario militar de Mitre durante la campaña de Pavón.
Habría de colaborar Goyena en esta publicación destinada, según su propia presentación, “a robustecer el vínculo de la nacionalidad argentina propendiendo a que no se malogren los sacrificios de medio siglo, ni la oportunidad suprema de afianzar las instituciones, la paz y la prosperidad de la República”, en la que también se difundirían temas históricos y literarios.

La “Revista Argentina”.

“Instaurare omnia in Christo”, el mandato de San Pablo de abarcar al mundo y a las cosas con el espíritu de Jesús, fue el lema de la “Revista Argentina”, que en 1868 vio la luz por primera vez, dirigida por José Manuel Estrada con la estrecha colaboración de Pedro Goyena, y cuya primer etapa de existencia se prolongó hasta 1872. Más tarde volvería a aparecer en el período 1880-1882.

Si bien se trataba de una publicación manifiestamente confesional, estaría abierta a plumas de muy diversos pensamientos que trataron allí, con altura académica y lingüística, cuestiones de política, economía, historia, ciencias, educación, filosofía, arte y literatura, por caso, Aristóbulo del Valle, David Lewis, Eduardo Wilde, Lucio Mansilla, Carlos Guido, Miguel y Pedro Goyena.

De hecho, la prensa católica no limitaba su existencia a la disputa ideológica con el liberalismo, sino cumplía otros roles comunicacionales y culturales en un contexto social que reclamaba y hacía uso de tales publicaciones. Servía para difundir valores literarios y artísticos, mediaba en la convocatoria a los festejos, informaba sobre la creación de nuevas parroquias, el nombramiento de sacerdotes y otras decisiones del gobierno eclesiástico y constituía un canal de comunicación entre los feligreses y las estructuras de autoridad religiosa.

En 1869, la “Revista Argentina” publicaba una profusa crítica sobre Ricardo Gutiérrez construida por Pedro Goyena, quien, entre otras cosas dice que “la poesía de Gutiérrez es, en realidad, como un cielo cubierto de nubles sombrías, donde brillan a veces los fulgores de una esperanza que se extingue rápidamente, haciendo todavía más oscura la región que iluminó”.

“La Unión”.

Junto con Emilio Lamarca, José Manuel Estrada, Navarro Viola y Tristán Achával Rodríguez, Goyena pone en marcha, el 1 de agosto de 1882, el periódico “La Unión”, con la intención de competir no solo doctrinariamente, sino en la captación de lectores.

“Este diario de propósitos pacíficos como su título lo indica, será tal vez un diario de combate. Su nombre es un llamamiento, una divisa y un programa” señalaba una de sus columnas editoriales, y agregaba que “el grupo de ciudadanos que ha fundado este diario, no tiene ambiciones ni rencores; no pretenden gobernar ni estorbar al gobierno; respeta la ley y las autoridades creadas por la ley, como representantes según el orden de derecho, de la autoridad excelsa en que tienen origen los poderes legítimos”. Asimismo, acentuaba su condición católica y señalaba su posición contraria a los avances del liberalismo. En ese sentido no eludiría los debates con otras publicaciones de entonces, como el “Sud América” que dirigía su amigo personal y oponente ideológico Paul Groussac.

No era extraña la presencia de un periódico confesional, dado que en esos tiempos se daba un florecimiento claro de la prensa católica, en especial en Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba, que acompañaba la expansión económica y territorial y a las grandes masas inmigratorias que poblaban tales regiones. “La América del Sud”, “La Voz de la Iglesia” y “El Pueblo” eran, junto a “La Unión”, medios de cierta envergadura asociados ideológica y dogmáticamente al catolicismo. Paralelamente, los pueblos del interior veían también nacer periódicos locales vinculados a las parroquias.

Amén de las dotadas plumas de sus realizadores, “La Unión” contaba con un entramado de colaboradores, que suplía de alguna manera la falta de corresponsales profesionales. Al respecto el mismo diario señalaba, con elocuente ironía, que tales contribuyentes podían distribuirse en tres categorías, a saber “el colaborador anónimo, murmurador, maledicente….que tiene siempre una denuncia en el bolsillo; el colaborador noticioso, cronista por carambola…; el colaborador solemne, con grandes aires de literato…”.

En cuanto a su distribución, se hacía por suscripción, contando con un promedio de 1.500 adherentes. Esa aceptación le permitió funcionar con imprenta propia, en el mismo predio donde tenían su estudio Goyena y Nevares.

Como los otros medios católicos, “La Unión” no tenía dependencia directa del episcopado, razón por la cual hacía también, como se dijo, las veces de mediador entre la feligresía y las autoridades del clero. “Va a hacer un año que Suipacha se halla desprovista de cura titular”, indica una nota aparecida en sus páginas el 25 de septiembre de 1886, agregando que “muchas familias que no quieren tener sus hijos sin bautizar se costean hasta Mercedes”, apostrofando : “No pidamos después a los pueblos de la campaña que cumplan con los deberes religiosos si faltan quienes deben darles el ejemplo”.

Goyena murió económicamente pobre, en 1892 en el barrio de Flores, donde había vivido. Más se equivocó Paul Groussac, cuando a poco tiempo de aquella desaparición física pensaba que las jóvenes generaciones lo olvidarían. En el siglo XXI la figura de Pedro Goyena tiene su lugar en la historia de las ideas, razón por la cual no ha sido total su muerte y puede coronarse su existencia con la frase del poeta Horacio que Groussac estimara inalcanzable: Non ovnis moriar.

Bibliografía y fuentes:

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* Trabajo originalmente publicado en la revista "Ensayos Académicos" del Instituto Superior Pedro Goyena de la ciudad de Bahia Blanca, Buenos Aires, Argentina, Año X, número 1, noviembre de 2010.
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